Trabajo desde hace 18 años en el terreno de la Discapacidad Intelectual, y no conozco un mundo con más pamplinas que éste. La última monería es emplear el término PDI (Persona con Discapacidad Intelectual); que, cuando menos resulta ridículo. Más que hablar de gente, parece que estamos nombrando a un partido político, un refresco de frutas o algún sistema de seguridad de los Audi…
Los PDI (puafffff!!!!!) son los mismos que la gente, con toda su buena intención llama “los que están malitos”; y me parece menos dañino ese sobrenombre que el de PDI. En fin…
Ayer vi brillar los ojos de JM, como nunca se los he visto a nadie. JM es, para los grandes cocos pensantes, una PDI (pobrecito). Él vino a nuestro Centro hace ya, algunos años, en una sillita de despacho (de esas de ruedecitas), triste y desesperanzado. A duras penas se mantenía en pie unos segundos, y, según el día, daba dos, uno o ningún paso. Pese a ser bien tratado, su calidad de vida caía en picado; escaras, ingresos en hospitales, traslados urgentes en ambulancias,… en más de una ocasión vimos que JM se nos iba al otro barrio, con la cara mirando siempre hacia sus pies, esos que no le llevaban a ningún sitio.
Durante mucho tiempo sufrió la alimentación por sonda naso gástrica, a la que se rebelaba, arrancándola en algún descuido de los monitores. De repente, no sé muy bien a santo de qué, JM empieza a comer por boca, primero comida pasada y, poco a poco, dieta normal. Su carácter comienza a ser de nuevo más abierto. Desde su silla de ruedas, regresa a sentirse parte de un grupo y ya levanta la vista con más frecuencia. Sonríe, participa en fiestas, se baña en la piscina, canta, engorda, juega,… vuelve a ser feliz.
En estos tres días de Semana Santa, me ha tocado trabajar en Residencia y me he encargado de despertarlo y realizar su aseo en la cama. Es sorprendente (y aleccionador) ver cómo cada mañana, tras subir la persiana de su dormitorio y poner la música de su radio a todo volumen, JM abría los ojos y… SONREÍA. A medio gritar decía “Buenos dias, Antonio. He dormido estupendamente.”, me contaba lo que había hecho el día anterior, me preguntaba por Ana y por las niñas, y una y otra vez, me daba palmas en el brazo… sonriendo. Esta “pobre PDI” agradece cada día que ve entrar por su ventana y lo acepta como un día más para vivir feliz. Sigue viendo el mundo desde su silla DE FRENTE, ni siquiera ve ya sus pies, ahora hinchados. Y sonríe. Quiere a todo el mundo, y todo el mundo le quiere a él.
Ayer, Martes; por primera vez en sus cuarenta y tantos años vio una procesión en la calle. Sentado en la primera fila de las sillas de la Calle Larios, a pie de trono. Dice que en la tele son muy bonitas, pero que en la calle le gustan más porque “los nazarenos le pueden dar la mano”. Sandra le hizo ese “regalo”, como él dice. Sandra es una de tantas criaturas que pasan olímpicamente de términos absurdos y de siglas papanatas. Es una currante y para ella JM es JM, lo de PDI se lo merienda, y quiso (porque podía) poner a los hinchados pies de JM la Semana Santa de Málaga.
Verlo allí fue un disfrute para los sentidos; sus ojos brillaban, sus manos no paraban de gesticular, era puro agradecimiento… Y esta mañana, todavía duraba su felicidad.
Por eso, y por otras muchas cosas, este trabajo es maravilloso. Poder dar esas satisfacciones tan “insignificantes” a personas que no las han podido gozar es tan fácil como usar un poco la imaginación. No es necesario tener las sillas de calle Larios, eso es anecdótico. Un juego, una broma, una canción, una caricia, un silencio, una mirada, un “te quiero”, un minuto de nuestras vidas, cualquier cosa vale. Lo importante es darles la felicidad que la mala suerte y la puta vida les negaron a partes iguales.
Para dar y poner siglas, ya están los otros. Y, por cierto, ¿a quién no le viene bien un juego, una broma, una canción, una caricia, un silencio, una mirada, un “te quiero”, un minuto de nuestras vidas?.
Será entonces que somos todos unos “pobres PDI´s”, digo yo.