- ¿Qué piensas?
- No pienso, sólo imagino lo que habrá ahí fuera.
- La noche, sólo la noche.
Quiere abarcarla con su brazo pero ella se despoja como si se librase de una manta demasiado caliente y se pone en pie. Camina a tientas por las maderas que, a cada paso, leve entre lo más leve, cruje como queriendo callar. Trastea entre la ropa hasta encontrar lo que busca. Con el chasquido del mechero y el fogonazo de una llamarada en la oscuridad, enciende un cigarrillo. Después, relajada y hábil, se sienta en el suelo, frente a él. Esa misma oscuridad se desvanece por momentos y deja nacer la claridad en sus negros átomos, permitiendo definir su figura, tumbada ante ella. Él se incorpora para descubrirla con las piernas cruzadas, bañadas por el aroma y el humo del tabaco.
- Ahora sí pienso -dice ella.
- ¿Ahora sí piensas? Cuéntame, ¿Qué ronda por tu cabecita a estas horas?
Otra calada. El sonido de los labios separándose lentamente de la boquilla resuena en la pequeña estancia. Silencio. Exhalación de humo.
- Te cuento que no me importa haber llegado tan tarde a tu vida. Te cuento que sé que me has estado buscando desde siempre pero que hasta hoy no habíamos coincidido en este suelo apolillado. Te cuento que, aunque tú no lo sepas, yo también estuve todo este tiempo buscándote pero te escondías tan bien...
La brasa del cigarro iluminaba ya toda la habitación, la noche había dejado de ser negra en unos minutos.
- ¿Te quedas, entonces?
Otra calada. Otro crepitar de cigarro. Otra exhalación.
- Me quedo. Pero mañana comenzaremos a buscarnos nuevamente.