Ella me preguntó qué íbamos a tomar, pero sin dirigirnos la mirada. Sus ojos no se apartaban de la pila de vasos sucios que, con desgana, iba enjuagando, de mala manera… uno a uno… sin prisa. Yo miré a Paco y a su amigo Antonio, el jefe de todo el ocio de aquel pueblo esperando una petición. Paco me hizo una mueca torciendo la boca, “lo de siempre”, supuse, y me volví hacia la chica de detrás de la barra.
Fue en ese momento cuando comprendí la expresión “el vértigo de un escote”.
A mí no me gustaba el whisky, pero no tuve palabras para lanzar en aquel momento: “Para Paco lo de siempre, y… para mí también”.
Si el temblor de mis piernas se hubiese podido medir, aquella noche se habría medido en Escala Richter.
¿Hubo tsunami en tu interior? Jeje
ResponderEliminarNo hubo tsumani por poco... pero empezó a gustarme el whisky barato
Eliminarcorto, claro y conciso, como a mí me gustan estas cosas!
ResponderEliminarSí, es verdad que a veces le doy muchas vueltas a las cosas, pero en esta ocasión la sensación fue la que fue. No hubo más (ni menos)
EliminarUn beso!!
Hay escotes que son barrancos. Otros, siendo planos, son la inmensidad del mar.
ResponderEliminarEres el As del escotismo andaluz!!
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