Fue
después del tercer café cuando empecé a sentir que mi cuerpo volvía a formar
parte de la tierra de los vivos. Otra noche sin dormir, no más de siete grados
en la calle, aceras anegadas de escarcha y mis pocas ganas de trabajar me
parecían pocas excusas para permanecer aletargado unas horas más bajo el edredón.
Los lunes siempre fueron un mal día desde el mismo momento de la Creación del
universo. Ahí Dios no pensó eso de que “era bueno”, no tenía argumentos para
defender la belleza de algo que le había salido mal hasta en el orden semanal.
Él también tuvo que salir de su funda estelar esa mañana y ponerse a la tarea; que
si el cielo y la tierra, que si los planetas, que si los animalitos, que si
Adán y Eva. A veces pienso que se tenía que haber dejado de tanto lío y haberse
quedado bien cómodo, en su eterna poltrona sideral, rodeado de la nada más
absoluta.
Eso
sí que habría sido un placer.
La
mañana avanzó como la de cualquier lunes antes de la siesta, con vaivenes
mentales y problemas de difícil solución. Sólo los cerebros privilegiados
podrían hallar remedios a las complicaciones matutinas, pero cerebros de esos
no solían rondarme.
Dudas
y escaleras, escaleras y dudas; toda la mañana así.
Sólo
me salvaba del inicio de la semana el recuerdo del final de aquella anterior
cuando, tumbada en el sofá del salón, te pedí que no te cubrieses con ningún
cojín, que yo prefería seguir mirando el efecto que el frío causaba en cada espacio
de tu piel, que se iba erizando cuanto más me fijaba en ella. Me parecías el más
original de los pecados que se podían cometer en esta o en cualquier otra vida y
por nada del mundo quería poner fin a un momento tan único.
Alargamos
tanto la noche que hubiese invertido toda mi penitencia en tapar el sol con mis
propias manos con tal de que tú siguieses frente a mí, tumbada y mirándome con
los mismos ojos que la serpiente (la que Dios colocó en el Edén) le pondría a
los insensatos primeros humanos para hacerlos pagar por siempre su desliz. No te
cubras –te pedí. Y separaste el cojín de tu pecho dejándolo caer para que yo
recuperase la fe y diese gracias al Creador por no haber sido un gandul en el
primer día de la primera semana de la Historia.
Y
así fue como sobreviví ese lunes y todos los lunes siguientes. Pensando que
merecía la pena sonreír entre dudas y escaleras, escaleras y dudas, aunque mis
dosis de cafeína me expulsaran para siempre del Paraíso del descanso nocturno.
(Imagen encontrada en algún lugar de la red que no recuerdo)
Dos palabras im presionante .. Sigue pecando maestro y sigue escribiendo 😍
ResponderEliminarIntentaré seguir tu consejo, ¡¡pecar y escribir a partes iguales!!
Eliminaruna buena forma de darle alegría al puto lunes...
ResponderEliminarBesos
Pues eso he pensado yo, qué para qué empezar mal la semana. Un beso, cordobesa.
EliminarAcabas de hacer que el lunes merezca la pena.
ResponderEliminarNo sabes cuánto me alegra. Palabras como las tuyas también alegran el mío. Un abrazo, crack
Eliminar"Para que yo recuperase la fe y diese gracias al Creador por no haber sido un gandul en el primer día de la primera semana de la Historia".
ResponderEliminarQué grande. Me ha encantado.
Y ya estamos a martes... y queda menos para intentar repetir el fin de semana, para no hacer nada , una nada que lo dice todo. Besos tiernos (a los dos) ;)
No sabes cuánto celebro que te guste. Creo que, en el fondo siempre escribimos porque esperamos que alguien nos lea y si lo hacen con tanto cariño como tú, la paga es doble. Un beso
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