Cuando llegaba al instituto, a eso de las ocho menos cuarto de la mañana, aquel matrimonio, ya mayor, funcionaba a pleno rendimiento en su panadería. En ella nos comprábamos los bocatas del recreo, preparados con cariño para adolescentes sin cabeza, que pensaban en niños, en niñas y en musarañas a partes iguales.
Aquella etapa pasó. Y aquella panadería cerró porque sus propietarios pidieron ya el relevo y se convirtió, poco después, en una tienda de puertas, que, al poco, cerró para pasar a ser una tienda de embutidos ibéricos…
Así pasaron los negocios (azulejos, alarmas y radios de coche, vinos de lujo, copistería…), sin cuajar como la panadería de aquel matrimonio mayor. Y con sus cambios, todos fuimos cambiando un poco. Cisco, Jose, Esther, Sara, Víctor, Felipe, Ana, Chema, Isa, Sara, Susana… y sustituimos las musarañas por la vida real, sin dejar de cambiar.
Ayer. Un montón de años después, salí a tomar unos vinos con unos compañeros del cole, y mientras hablábamos de cómo los días pasan sin darnos cuenta, los que pasaron, de la mano, por la puerta de la Antigua Casa de Guardia, fueron esos dos currantes, mucho más mayores pero con el mismo gesto, que una vez cerraron su panadería y decidieron ver la vida pasar desde otra perspectiva.
Y es que todo cambia. Solo hay que mirar un poco hacia atrás para darse cuenta de ello. Como cantaba la Negra Sosa “Cambia… todo cambia”.
(Mola la versión que hizo Shuarma de esta canción)