Di tantas vueltas con el coche que estuve
a punto de desistir. No me gusta buscar aparcamiento donde sé que me va a
costar la misma vida, aunque luego la recupere al dejar el coche. No me gusta. Volver
al barrio después de tantos años se planteaba como una prueba de madurez. En mi
bolsillo trasero llevaba la foto que llegó a mi buzón meses atrás y que me
había hecho estar en ese momento en la calle donde di mis primeras carreras. Mi
calle era una pista de patinaje, un circuito para bicicletas o un restaurante
de lujo donde sentarse a degustar las pipas con sal que el padre de Salva
vendía en su quiosco. Me parecía estar oliendo el pegamento del local que tenía
el zapatero frente a mi casa. Ese olor que se quedaba hasta en la ropa. Mi
calle olía a su pegamento, sí. Y al horno de la panadería de Olga, cuando el
pan era pan de verdad. Frente a la churrería había unos bancos de madera. Hoy
no están ni los bancos ni la churrería pero sigue estando el hueco de la pared
donde ella y yo nos prometimos que estaríamos siempre juntos, hasta la muerte.
Así éramos los niños de barrio, tremendos incluso en las promesas. Pierdo la mirada en esa
pared. Soy incapaz de recordar el color que tenía cuando íbamos a cambiarnos
los cromos de Santillana, Quini o Arconada; ahora tiene una capa de pintura
verde. Y me acuerdo de ella, soñando en voz alta, mezclando hormonas con juegos
infantiles. Palpo el bolsillo, la foto sigue ahí.
Durante mucho tiempo olvidé mis calles,
igual que otras tantas cosas. También nos olvidamos ella y yo. Pero hace unos
meses que llegó su carta. Dentro sólo una foto. Una playa y sus piernas al sol,
apoyadas sobre las de un hombre. Por detrás, escrito con rotulador un “No me vayas a olvidar”. Miro la foto y
sonrío. Respiro profundamente y miro hacia arriba, hacia la cumbre de los
edificios de nuestra calle. Cómo la iba a olvidar. Pienso que cualquiera que me
viera, frente a una pared mirando una foto, dudaría de mi salud mental. Quizá
era el momento de volver al siglo actual, al hoy día. Devolví la foto a su escondite e
inicié el camino de vuelta a mi coche. Aquel ya no es mi sitio aunque será
siempre mi casa, pensé.
Pero lo reconozco, fue un impulso
descontrolado. Giré sobre mis pasos y agarré una piedrecilla de la calle. Como
quien comete el más grave de los delitos, tembloroso grabé sobre el muro verde
con la piedra. “JAMÁS TE OLVIDARÉ”.
Si, muy bonito....pero, ¿El anillo pa cuando?.....
ResponderEliminarAy, omá!!
EliminarOoooohhhhhh
ResponderEliminarOoooohhhhhhhh
ResponderEliminarme gusta como escribis
ResponderEliminar¡¡Muchas gracias!!
Eliminar
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