A
las 12 y un minuto aparecen los primeros desbocados en el patio. Llevan el
gesto del aventurero que coloniza una tierra desértica. Por unos segundos son
los dueños del recreo, no hay nadie en el patio y, cuando 120 segundos más
tarde, la puerta de salida es lo más parecido al portón de los encierros de San
Fermín tras el chupinazo, los primeros colonos ya sudan su camiseta entre
balonazos.
Y,
aunque el curso huele ya a verano de 2016, hay cosas que permanecen como en
nuestra época. Porque deben permanecer y porque es mejor así.
A
las 12:07 aparece el primer herido por rozamiento asfáltico en la rodilla. “Ve
a que te pongan agua oxigenada” y que prosiga la vida. El olor a bocadillo de
chorizo se adueña del aire de las pistas y los niños se van agrupando, como
adolescentes que buscan pareja en el baile del pueblo. Cuatro minutos más
tarde, el capullo de Segundo C (siempre hay un capullo en Segundo C) huye
victorioso, con sonrisa demoníaca, tras haber conseguido empujar a Germán y
reírse maliciosamente de él, esquivando la seguridad que le proporcionaba la
cercanía de Doña Virginia, la maestra de "las gafas de punta".
Los
matones de Quinto, que caminan con ademanes de raperos escocidos, van perdonando
la vida a sus víctimas, con miradas mafiosas que se dejan entrever bajo sus
capuchas pese al calor de Junio. Y no perdonan por propia voluntad; más bien por
la vigilancia de Doña Virginia, que tiene ojos para los malhechores desde que se
matriculan en Infantil de 3 años.
Paloma
corre a esconderse; Adrián busca a su hermano para darle el desayuno; Nati se
enfada porque no le hacen caso y Nuria, coqueta como una flor, me enseña la
pulsera de hilo que se fabricó, ayer domingo, en la casa de sus abuelos.
¡¡50
contra 50 se disputan un balón amarillo de espuma en la pista de arriba!! En el
mismo equipo se pueden ver tres Isco, dos Neymar, un Iniesta y cuatro Cristiano
Ronaldo. Haciendo un gran esfuerzo se puede encontrar a alguno con la camiseta
del Málaga… esta ciudad es así.
A
las 12:21, la seño Ana custodia a tres castigados camino del despacho del
director. Entre ellos, ya sin capucha, el jefecillo de los matones de Quinto.
¡¡Y
siempre hay un niño que chilla tanto que podría arañar los cristales de las
ventanas del último piso y que, además lo hace en el momento justo en el que
pasas por su lado!! También está el que nadie acepta y camina solito; la que
ondea su pelo lacio y rubio y el que te enseña su nueva posesión: el viernes
trajo un reloj Apple, el lunes una camiseta “auténtica, profe” de los Golden
State Warriors y hoy sus nuevas botas de fútbol “Adidas Prima… no sé qué, con
tacos de no sé cuánto y con una estructura molecular que consigue que
todos los lanzamientos alcancen una
trayectoria… y tal y tal”. Lo que no sé es si su padre sabrá que el niño ni
siquiera se acerca al regimiento que juega al fútbol.
Suena
el timbre, como siempre, impuntual y todos corren a formar en sus filas. La
última niña, para variar, es Silvia, la repetidora de Sexto que, a sus casi
catorce años ha estrenado más sujetadores que su madre, de lo cual alardea como
si fueran trofeos de una caza. Me consta que, a algún padre, le ha paralizado
el corazón cuando se ha cruzado con ella a la llegada o a la salida del cole. Pasa por
mi lado, agacha sonriente la cara, a modo de saludo respetuoso. “Profeeeee”- me
dice. Yo le devuelvo el gesto, seguro de que tras esa pose segura, de
torbellino del Barrio de Huelin, se esconde una niña con más de una infancia
por vivir aún. Le deseo suerte, la va a necesitar. La vida suele golpear a
traición.
Observo
ahora el patio que vuelve a ser ese páramo de cemento y líneas de pintura, sin
vida apenas, salvo por las gaviotas que vienen a llevarse los rescoldos de los bocadillos
desperdigados de una a otra portería.
Y
es que, en asuntos de niños, hay cosas que no deben cambiar. Insisto, porque
deben permanecer y porque es mejor así.