El
tipo deja sobre el banco su bañador y un gel barato, tararea algo que para nada
me resulta familiar mientras se frota compulsivamente el pelo buscando un
secado rápido. “Hoy marcho para casa agotado” me dice con la melodía que sólo
los argentinos saben acomodar a las palabras para convertirlas en música. El
tipo es delgado al extremo y no alcanzará el metro sesenta, de barba escasa,
vacía de bigote y pelo lacio hasta los hombros pero de presencia pobre,
insuficiente. Quizá no haya alcanzado la treintena o quizá sí, pero su cuerpo
delgaducho invita a creer que erraré en el cálculo de la edad, así que evito
caer en ese cálculo.
- ¿Vos
llevás mucho tiempo nadando?
-
Desde Octubre –contesto.
-
Poco –alargando la primera “o” para
aumentar el mérito con el que quiere premiarme.- Te defendés con soltura.
Yo en cambio, pobre de mí, sufro como un perro, no encuentro el final de la piscina.
–medio sonríe.
En
estos dos meses que hemos compartido calle, rutinas de natación y vestuario, no
había escuchado la voz de este hombre, a la que le cuesta ver la luz. Es una
voz liviana, como él mismo, a la que sólo accedes si tu atención es exclusiva a
su discurso. Veo el bañador sobre el banco, lo más alejado de la indumentaria
de alta competición, humilde entre los humildes.
- Si
todo marcha como debe, pasaré por la oficina en un par de semanas y formalizaré
mi plaza para el próximo año. Es un esfuerzo que me merece la pena, es salud y
la salud es la segunda cosa más importante que hay en el mundo. –vuelve a sonreír, carente de belleza, vacío de rasgos llamativos. Continúa
hablando- No sólo es un esfuerzo económico, también del cuerpo, esta percha
se queja cuando nada pero luego se goza cuando regresa a casa.
-
Terminamos muy cansados –aporto.
- Así
es. Me pesarán los brazos hasta el próximo día.
El
argentino es un tipo singular que no gesticula al hablar, sólo deforma la boca
mostrando “en lugar de sonrisa, una especie de mueca”.
- Yo
no me encuentro tan cansado físicamente –le digo. Mi problema siempre ha sido
respirar, llevo fatal la respiración.
Me
mira y ahora sí sonríe: ¡Ay, amigo! Es que la respiración es la primera cosa
importante, si vos no sabés respirar ni hay salud, ni hay dinero ni el resto de
milongas que le siguen.
Es
entonces cuando recopilo datos del ser enclenque que termina de recoger sus dos
trastos y los guarda; como única mochila, en una bolsa de plástico de
supermercado. No sé si es que él no necesita más o yo tengo de sobra, o él no
puede alcanzar más… e igualmente tengo de sobra. Salgo de ese pensamiento al
verle caminar hacia la puerta.
-
Descansa, Sebastián. –le digo aún desconcertado.
- Respirá,
buen Antonio. No hay nada más lindo en esta vida que poder respirar.
Y
sale del vestuario, feliz, tarareando esa musiquilla que aún sigo sin identificar.