Desperté un viernes con la noticia de que, al
día siguiente, Nacho (Artacho, para más señas) daría su último concierto; un concierto de despedida junto
a aquellos Incas, con los que empezó, hace ya, un
montón de años; que sería un homenaje hacia ellos y su propio corte de coleta en
los escenarios. Sin creerlo mucho fui a verlo, como otras tantas veces a la
Tetería El Harén, pero comprobé, como él mismo dijo, que “era la sensación
de asistir a su funeral en vida”. El concierto no fue el mejor de Nacho, ni
el mejor de Incas, porque allí se respiraba una tristeza… una melancolía
impropias del lugar y de la música que debía sonar en su patio, abarrotado, por
cierto.
Y así fue… Nacho se fue. Acabó su concierto y
con él un montón de canciones y de historias, vividas alrededor de ellas, se
enredaron en los cables de la guitarra y se vaciaron en su funda por no sé
cuánto tiempo. La única persona que me convenció para cantar en un bar… 17 años
después de la última vez, decidía que ya estaba cansado de pasar noches de
sábado, parapetado en seis cuerdas… y que su biografía necesitaba un cambio. Y
bien que lo entiendo… y bien que lo siento. Por él, pero sobre todo, por
mí.
Muchas veces digo que aquel Nacho que se
acercó tímidamente a mi a principios de los 90 para pedirme ayuda en su proyecto
musical, al que llevé a la radio (se le salían los ojos de ilusión en semejante
lugar); al que vi crecer musicalmente y al que, incluso, tuve la osadía de
aconsejar en sus principios… me lanzó un cabo para salvarme a finales de 2010
cuando, sabe Dios por qué, me invitó a volver a ser el de antes. Y lo logró. Volví a serlo, con más
fuerza incluso, pero, para entonces, el fan ya era yo. Ahora yo era el que se veía pequeño, mucho más
tímido que él, en el minúsculo escenario de La Botica que, de pánico, me parecía más minúsculo
aún; al lado de un grande… perdón; de un GRANDE. Y un GRANDE que, entre otras
maravillas, ya le dio vida eterna a “SARA”
No deseo otros 17 años sin escucharle, espero
que sea una enajenación musical transitoria al que se le encuentre tratamiento
pronto por el bien de todos los que, alguna vez, nos hemos sentido en alguna
calle de Lisboa, persiguiendo fantasmas; con dolor de costillas; con la piel
por delante, de color cobre, entre polvo y sombra; sintiendo el peso de un
pajarico, a cada pasito de Tamara; imaginándonos a María, en una mano, si me
apuras en media; intentando recordar el olor de alguna trenza… sin saber qué
viento preferir…
Ahora, que me veo con canas, me
siento con valor de pedirte que no te vayas muy lejos. Nos has dado mucho… y
aún te queda mucho olor a sal que repartir en las orillas de los
escenarios.
Salud para tod@s… salud y suerte
para ti, Maestro!!!