El pasado sábado se celebró La Hora del Planeta. 60 minutos con los que se pretende llamar la atención sobre la importancia de cuidar el medio ambiente y fomentar políticas saludables ante el imparable cambio climático. Según parece, esta ya ha sido la décima edición y este año me he llenado con la sensación de que estoy muy acomodado. Tan acomodado como que hace diez años, yo estaba, en esta misma habitación donde escribo ahora mismo, con mis hijas, casi bebés, con velas de colores por toda la habitación y haciendo un teatro de marionetas que la web del evento ofrecía. Al año siguiente contamos historias, al siguiente eran ya las niñas, con sus amigos Ignacio y Bea, los que contaban las historias con máscaras de animales que habían coloreado previamente. Y así continuamos... el año pasado, eran ya mayores para teatros, pero apagamos la luz durante la hora completa; pero este año... Este año ni siquiera supe de la actividad hasta el día siguiente.
¿Qué pasa?, ¿me importa menos el problema del clima o es que estoy tan cómodo que prefiero pensar que sean otros los que lo arreglen? Creo que es lo segundo y, la verdad, me avergüenza bastante pensar así. Cada cual que haga lo que quiera, somos todos muy mayorcitos como para ir diciéndonos qué debemos hacer los unos a los otros (y sin embargo, se dice) pero no quiero perder mis principios, por muy utópicos que parezcan. Que sé que apagar las luces una hora no ayuda al recalentamiento del planeta, pero quizá mis hijas no olviden que este es el sitio que les queda y que son tan responsables de cuidarlo como de saber qué deberes deben hacer cada día.
Fotos de La Hora del Planeta de 2010
Y aunque peine canas, no quiero perder ese sentimiento. Mientras tanto, Salud para todos.