Según te desvías dirección a Vadillo, a pocos kilómetros te encontrarás el Restaurante La Cerrada del Utrero, desde el que comienza una bonita ruta de senderismo, que avanza por unas gargantas bajo las cuales pasa un ínfimo río Guadalquivir. Junto a ese restaurante, en la misma curva, podrás encontrar un pequeño puesto de pulseras y collares de hilo y cuero, en donde Antoño, con “ñ”, pasa las horas esperando, más que la compra, la palabra amable del viajero.
Justo antes de comenzar nuestra ruta, ese hombre les dijo a María y a Sara que si veían a una cervatilla llamada Orejillas, le diesen recuerdos de su parte; y así comenzamos a caminar. Pero la ruta terminó, y las niñas se acercaron al puesto para decirle al señor que no habíamos encontrado a Orejillas…
Ese gesto tan simple por parte de las niñas fue toda una fiesta para Antoño, harto de ver cómo los visitantes “cruzaban la acera” para no pasar por su puesto. Sus pintas son las de un hombre muy maltratado, un bohemio con escaso nivel artístico, poco apetecible en algunos círculos de la sociedad. Para él, su mundo se reduce a ese puestecito, a sus cigarros y a beber algo, de vez en cuando, al son de su viejo walkman a pilas. Tan grande fue la alegría de no haber sido rechazado por la rubia y la morena que les regaló una pulsera y un broche de cuero a cada una. Las niñas, tan contentas, decidieron regalarle algo también a él, y como lo único que tenían a mano era un Bob Esponja, no se lo pensaron un momento y corrieron hasta el puesto para dejarle a Antoño aquel recuerdo.
Os podéis imaginar cómo se pudo sentir él, una persona que vive sola, porque así lo decidió, pero que cuando ve a los niños no para de pensar que él también podía haber sido padre, pero su mala cabeza le llevó a la vida que ahora llevaba y que deseaba cerrar cuanto antes.
Nos fuimos, a visitar otra ruta mas abajo, y a la vuelta, cuando volvimos a pasar por delante de su puesto vimos que había colgado a Bob Esponja, para recordar a sus amigas de Málaga así que no pudimos evitar parar y hacernos unas fotos.
Si alguna vez vais a la Sierra de Cazorla y pasáis por ese restaurante, dirección Vadillo, saludad a Antoño de nuestra parte. Un ser grandioso, una especie en extinción, un corazón encadenado en una mesa con cadenas de hilos de colores y cuero.
ay, qué tonta estoy, que me he emocionado leyendo!
ResponderEliminarpara que luego no quieras traer a tus niñas a cenar a mi casa!
Creo que este viajecito te ha "sentao" de maravilla...procura mantener fresco el recuerdo cuando acudan esos momentos "bajitos".
ResponderEliminarTe dejo un beso.
PATRI, yo aún me emociono, tengo dos hijas que son dos regalos.
ResponderEliminarVOLVO, dí que sí, que los buenos momentos están pa sacarlos del baul cuando llegan las vacas flacas, no hay más. Un beso
otra vezz me has echo emocionarme.muakaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
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