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"HAY PERSONAS QUE MARCAN UN ANTES Y UN DESPUÉS, CONVIRTIENDO EN UN REGALO EL AHORA (Luis Bueno) - julio, 2020


martes, 5 de mayo de 2020

Lunes. Día 52. Puntualidad.

     Con puntualidad británica, cinco minutos antes de las ocho de la tarde, ella se acerca a su ventana y desliza la hoja por el rail de la cristalera, ya antigua y estropeada por el paso de los vientos y los besos del sol. Asoma un poco la cabeza para controlar el escaso vaivén de criaturas andantes bajo ella y elige una postura en la que su camisa, de un blanco único, llame la atención de aquel vecino que la saluda a diario.
 
     Con puntualidad británica, cinco minutos antes de las ocho de la tarde, él apura el café que se le ha quedado frío mientras sube y baja el pasillo de su piso haciendo no sé qué cosa de última hora. Él, que convirtió la procastinación en su filosofía de vida, ha aprendido a priorizar y antepone ese momento a cualquier otro. Para esto no hay excusas y sale a la terraza cubierto de ganas con la esperanza de que su vecina estuviese allí, haciendo cotidiano el ritual encuentro.
 
     Con puntualidad británica, cinco minutos antes de las ocho de la tarde, ambos se regalan un saludo. Dos mundos distantes años luz que se aproximan cuando, desde algún perdido rincón de la calle, unas manos anónimas comienzan a “tararear” la música de los aplausos que es imitada por otras manos que, a su vez, provocan el contagio de otras y de otras y de otras más hasta que llegan a su terraza para que él, con un gesto de solidaria satisfacción la mire, desde el otro lado del universo y la invite a aplaudir también. Ella devuelve la propuesta con una sonrisa tímida y un palmeo, tibio al principio pero afianzado poco tiempo después, acompasando su latir al de su vecindario y sabiéndose el centro de atención de aquel hombre del otro lado de la calle.
 
     Puede ser la camisa blanca, puede ser la agradable temperatura y la leve brisa que mece las nubes de un atardecer rojizo y primaveral. Puede ser que esos planetas tan lejanos hayan decidido detenerse al tiempo. Mientras todo sigue su cauce y la evolución se prolonga y las estaciones pasan una tras otra, el cosmos se ha tomado un respiro entre un balcón y otro justo al acabar los aplausos. Se escuchan ventanales que recorren ruidosos su camino hasta cerrarse y chocar estrepitosos al encuentro, se escuchan los pasos de unos chicos que corren, sudorosos, desordenados, por entre los árboles de la calle y se escucha también el silencio de un vecindario que, tras más de cincuenta días ha aminorado la tensión de este momento para transformarlo en un gustoso trámite.
 
     Él y ella mantienen, con disimulo, sus cuerpos a la vista. Él hace como que mira el pasar de algún coche, ella enciende el que promete que será el último cigarrillo del día. Cualquier excusa es buena para mantenerse frente a la persona que les ha dado la vida en vida, en mitad de una pandemia, de la manera más inesperada, conscientes de que todo pasará y que, cuando ese momento llegue, sus vidas serán diferentes pero aprendiendo a ser felices de mantener, al menos, este instante cómplice.
 
     Como quinceañeros que no saben acabar una llamada telefónica, de lado a lado de la calle se duda acerca de quién será el primero en cerrar la ventana. Cuando esto ocurre, cada cual sigue con su aplauso interior. Él sonríe satisfecho y se autoproclama campeón del mundo en el amor, celebrándolo mientras se sirve una copa de vino. Ella sonríe satisfecha cuando pasa ante un espejo donde se ve preciosa con esa camisa que decide entreabrir y dejar que la imaginación haga el resto del trabajo.
 
     Esto es cuarentena también.

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