[...] Nunca me ha disgustado que los obispos bendigan las banderas de regimientos, etc. Todas esas cosas están basadas en una idea sentimental de que pelear es incompatible con amar a tus enemigos. En realidad sólo se puede amar a los enemigos si se está dispuesto a matarlos en determinadas circunstancias. Pero lo que es desagradable sobre ceremonias como ésta es la ausencia de cualquier tipo de autocrítica.
Aparentemente se espera que Dios nos ayude porque somos mejores que los alemanes. En el recinto erigido para la ocasión se le pide a Dios <<que cambie los corazones de nuestros enemigos, y que nos ayude a perdonarlos; que les de arrepentimiento por sus fechorías y la disposición a enmendarlas>>. No se dice nada de que nuestros enemigos nos perdonen a nosotros.
Me da la impresión de que la actitud cristiana debería consistir en pensar que no somos mejores que nuestros enemigos: todos somos pecadores miserables, pero resulta que sería mejor si nuestra causa prevaleciera y por ello es legítimo rezar por ella ... Supongo que la idea es que sería malo para la moral dejar que la gente se diera cuenta de que el enemigo tiene algo de razón, pero, en mi opinión, incluso ése es un error psicológico [...]
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