Volvía con la moto de pasar el fin de semana con unos amigos. Ana viajaba por la autovía en el coche con Sara, pero yo decidí tomar el camino más largo, el de toda la vida, el que usábamos desde que éramos unos niños con ganas de ser mayores, el de la playa. Eran mas de las diez y media de la noche y la humedad se colaba por los espacios que mi cuerpo dejaba con el tanque y mis manos estaban, cada vez, más empapadas y más frías. Levanté la visera y mi cara se llenaba de olor a mar, de noches de verano, de fiestas que no llegaron nunca, de sueños que se quedaron allí, en la playa. Y llegué a la ciudad. Y pensé que ya era domingo por la noche. Que lo que habíamos vivido esos días ya eran solo buenos recuerdos, y grandes lecciones (porque de todo se aprende) y que en muy pocas horas, me pondría el uniforme de nuevo y vaticinaba mi semana de pasión y de alma en pena.
Hoy, ahora, es miércoles, también pasadas las diez y media. No me equivoqué en mi pronóstico.
pronostiqué una semana de mar y viento... y hoy hace sólo viento!
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