Sonó el despertador a las 6.15, como estaba previsto, para darme una ducha antes de ir a trabajar este día que me pidió una compañera. Lo que no estaba previsto era que esa noche hubiese conseguido caer en el abismo de mis sueños algo más de una hora antes. Entre ecos, a medio desvanecer de sonidos de feria, y los propios ecos que viven en mi cabeza en los últimos tiempos, conseguí bajar las piernas de la cama y poner los pies sobre el suelo, con la sensación de que hacia solo unos segundos que los había levantado de allí mismo.
Mirando fijamente esos números rojos de mi despertador pensé fríamente “a mí… que me esperen, hoy no voy a trabajar”. No fue una tentación momentánea, no. Duró, al menos, hasta verme dentro del edificio de mi trabajo; aquel al que acudí a visitar, por primera vez, hace casi cinco años, con la impresión de estar haciendo algo prohibido (pues nadie de mi anterior trabajo sabía que cambiaría en pocos meses), con el cosquilleo de la incertidumbre y la ilusión de comenzar una aventura con ojos de reto, de proeza, de esperanza… de lo que ha sido, de hecho, hasta hace muy poco.
Cogí mi ropa con desgana, por obligación y por cariño a una vocación que ningún “director general de sí mismo” va a conseguir quitarme, aunque ya haya derribado más de uno de los pilares que la sostenían. Pensé en todo lo que he vivido allí y cómo aquellos primeros colores se han ido tornando en sepia…, en… casi podrido.
Pero llegué a mi hora, ni un minuto antes, no era necesaria tanta premura; e hice mi trabajo lo mejor que supe y pude, como lo llevo haciendo con esta población desde el verano del 93. Una población a la que yo quiero darle calidad de vida y dignidad, mientras otros la usan para agarrarse a un status tan ficticio como absurdo; una población a los que llamaré “discapacitados”, “personas con necesidades” o, como a mí me de la gana, porque en el término no está el insulto. Y si hay algún tipo de insulto es el de enmascarar las realidades de las personas con etiquetas, cuanto más largas, mejor… ¿usuarios?, ¿clientes?,… ¿y, ahora, ciudadanos?… ¡¡¡MENTIROSOS!!!, ¡¡¡POLÍTICUCHOS DE MIERDA!!!.
Seguiré luchando por ellos hasta que tenga que admitir que alguien ha podido con mi “proyecto de vida”, no sé si en este Centro o en otro similar… veo poco viable seguir así… ahí.
Es la primera vez que escribo así de este tránsito vocacional, del cielo al infierno, pero prefiero hacerlo ahora, antes de que se me escape la ocasión, o alguien quiera comprar mi boca sellada.
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