Hace ya un mes que estuvimos en la Fiesta Fin de Curso del cole de María y Sara. Ellas van a un colegio público que hay cerca de casa, asumiendo todas las etiquetas que tienen los centros públicos. Viendo los bailes de los niños pudimos comprobar que, lo extraño, es encontrar los nombres de toda la vida. Aarón, Yaiza, Justo Fernando, Aroa, Eliana, Hassan, Federica Ana, Ian, Edil, Walter, Yin… son algunos de los nombres que se escuchaban en aquel patio.
Algunos se echan las manos a la cabeza “¡Los inmigrantes nos comen!” y repudian de todo lo que suene a extranjero, ya que suele ser sinónimo de pobre, y de otras muchas cosas para algunos trasnochados. Pero, etiquetas aparte, mi sensación en la Fiesta, viendo cómo compartían bailes, juegos, diplomas, etc… es que no todo está perdido. Que bien es cierto que tanta inmigración tiene su componente negativo, pero también, otros muchos positivos. Me encanta llevar a las niñas al cole y saludar, con beso incluido, lo mismo a un compañero gitano, que a una niña nigeriana, que a un vecinillo de su bloque. Para ellos no existen esas diferencias aún; para ellos no se ha desarrollado todavía el sentido del prejuicio y la injusticia. Cuando comiencen a escuchar las opiniones de sus padres como verdades absolutas será cuando varíen sus actitudes y se conviertan en herederos de la sabiduría de sus mayores, pero para eso, todavía quedan unos años, afortunadamente.
Por ahora, gracias a Dios, a Alá o a quién sea; los niños siguen siendo niños.
¡Qué envidia me dan!
infancia sin prejuicios, claro, no lo había pensado, es la única etapa en la que te libras, creo que es una de la únicas veces en que la ignoracia es útil!
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