Es temprano para todo el mundo
pero, apenas amanece, “1” va dando los buenos días por las habitaciones usando
un tono de voz suave para no violentar el tránsito del sueño al mundo real de
los que aún duermen aunque, poco a poco, irá alentando a levantarse,
encendiendo alguna luz o tarareando una musiquilla que “2” ha preparado en un
altavoz portátil y ya resuena por toda la residencia. Con maneras pesadas los
durmientes van saliendo de sus camas para asearse y preparar el estómago ante
el desayuno que preparan “3” y “4”. Toman las medicaciones, charlan bebiendo a sorbitos sus
cafés, algunos cantan y otros siguen durmiendo, dejando la cabeza caída sobre
el hombro del compañero que ni se inmuta. Comienza un día nuevo, por los ventanales
del comedor el sol va adentrándose, para apoderarse de la estancia. Se respira
vida en cada sonrisa mientras “2” cae en la cuenta de que esa música que se oye
de fondo es la del altavoz de la residencia, que olvidaron apagar… PERO NADIE
LOS VE PORQUE SON INVISIBLES.
Hoy mi aplauso va para los
trabajadores de las residencias de mayores o de personas con discapacidad, los
que no se ven, los invisibles, los que no salen en las noticias. Ellos también
están en primera línea de fuego en esta batalla contra el virus con el
agravante de que la medicina que emplean en su tarea está compuesta de abrazos,
achuchones y muchos besos porque, en la mayoría de los casos, atienden a
personas sin familia o con familias que no los pueden cuidar. Trabajadores que
se convierten en los pies, las manos, los padres y las madres de cada uno de
las personas que tienen a su cargo y lo hacen con una sonrisa, un día tras otro.
Cada trabajador tiene su nombre propio aunque para las administraciones sean “1”,
“2”, “3” o “4”. A veces, incluso para los mismos gestores de esos centros son
números, o son “la gente” (expresión muy usada hacia el resto de compañeros que
están a mis órdenes y suelen parecerme un poco inútiles pues no llegan a mi
grado de perfección…) y carecen de la empatía para valorar el afecto y el cariño
que estos empleados dan a sus atendidos; día y noche; laborables o festivos.
Levantando, aseando, preparando comidas, lavando sus ropas, dándoles
distracción, atención psicológica, cuidando de su salud, tratándolos con respeto, buscando una
dignidad que la sociedad les ha negado por no ser gente productiva. Si el
término “trabajador esencial” existe, estos cumplen con todos los requisitos.
Así es, vaya un aplauso para todos ellos.
ResponderEliminarSaludos.
Que suenen fuerte!!
EliminarNi hay invisibles ni imprescindibles. Solo hay currantes que hacen lo que deben hacer, lo mejor que pueden. Ni heroes ni villanos, personas. Es solo que ahora parece que se les valora mas el trabajo.
ResponderEliminarNadie es mas que nadie, yo eso lo tengo claro desde hace muchos años.
Desde luego y todos los empleados son importantes e imprescindibles por mucho que algunos jefes los pisoteen. Nadie es mejor porque hasta el astronauta que va a la luna necesita que alguien limpie la visera de su casco. Un abrazo.
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